De Humboldt a McLuhan, exploradores de ecosistemas.

Una de las lecturas más entretenidas de mis vacaciones navideñas fue el maravilloso volumen de Andrea Wulf La Invención de la Naturaleza. El nuevo mundo de Alexander von Humboldt.  Desde que leí a los 16 años el Viaje a la Patagonia Austral de Francisco P. Moreno siempre me fascinaron los libros de exploración del siglo XIX, desde las andanzas de Musters por la Patagonia profunda hasta el mítico viaje de Darwin a bordo del Beagle. Apenas me topé en la librería con la biografía escrita por Andrea Wulf la compré sin dudar, sabiendo que ese volumen de más de 600 páginas sería una de mis lecturas de Navidad.

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La invención de Humboldt

Todos hemos sentido hablar de Alexander von Humboldt (1769-1859). En todos los rincones del planeta hay montañas, lagos, glaciares, ríos o pueblos que homenajean a este explorador prusiano (incluso en Argentina, entre Rafaela y Santa Fe, una pequeña comuna lo recuerda). Los relatos de sus viajes por América Latina fueron un best-seller en su época y por sus aportes a las ciencias geográficas y naturales se lo suele considerar como la figura más relevante de la primera mitad del siglo XIX. Infinidad de exploradores y científicos, comenzando por Charles Darwin, se sintieron inspirados por sus páginas y se lanzaron a recorrer el mundo en busca de fósiles precámbricos, especies vivas desconocidas y piezas geológicas de colección.

Escribe Javier Sampedro a propósito de este explorador:

Humboldt, que llegaría a ser el naturalista más renombrado de su tiempo, es hoy una figura arrinconada en la historia de la ciencia. Es paradójico, porque resulta muy difícil visitar alguna parte del mundo donde su apellido no haya bautizado algún lugar o algún fenómeno natural: la corriente de Humboldt junto a la costa de Chile y Perú, sierra Humboldt en México, pico Humboldt en Venezuela, el río Humboldt en Brasil, la bahía Humboldt en Colombia, el glaciar Humboldt en Groenlandia, montañas en China, Sudáfrica, Nueva Zelanda y la Antártida, cataratas en Tasmania y Nueva Zelanda, cientos de plantas y animales y hasta una de las manchas de la Luna, el mar de Humboldt. Pero eso son solo nombres, ¿verdad? Y el caso es que el de Humboldt no aparecería hoy en ninguna lista de los 10 o 20 grandes investigadores que han transformado el mundo. Esa es la injusticia que intenta reparar Andrea Wulf (…)

Si bien Humboldt estuvo por América solo cinco años (1799-1804), la misma cantidad de tiempo que le tomó a Darwin dar la vuelta al mundo con el Beagle (1831-1836), fueron suficientes para que el alemán enviara a Europa cientos de ejemplares botánicos  y tomara miles de apuntes sobre la historia, geografía y naturaleza de los territorios que visitó. Los textos de Humboldt no se quedaron en la fría descripción científica de los hechos ya que eran verdaderos relatos de aventuras; Darwin y Moreno tomarían buena nota de ese estilo narrativo a la hora de escribir sus exploraciones medio siglo más tarde.

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Los aportes de Humboldt a la ciencia son incontables, desde las isotermas y las iso­baras que unen respectivamente los puntos de igual temperatura o presión hasta el descubrimiento del ecuador magnético. También llamó la atención sobre los efectos negativos de la deforestación… hace doscientos años! El aporte más importante del Humboldt, y en esto Andrea Wulf insiste una y otra vez, es haber sido el primero en desarrollar una visión holística y sistémica de la vida sobre el planeta. Antes de partir hacia el nuevo mundo le escribió a Karl Freiesleben:

Voy a recoger plantas y fósiles, y realizar observaciones astronómicas con el mejor de los instrumentos. Sin embargo, este no es el propósito principal de mi viaje. Trataré de averiguar cómo las fuerzas de la naturaleza actúan unas sobre otras, y de qué manera el entorno geográfico ejerce su influencia sobre los animales y las plantas. En resumen, debo aprender acerca de la armonía en la naturaleza.

Como bien explica Sampedro, Humboldt fue

el primer científico que abarcó la biología como un todo, como una red de relaciones que regía el comportamiento de cada parte y que comprendía los espacios y los tiempos. La hipótesis de Gaia que ha formulado en nuestro tiempo James Lovelock, y que tiende a considerar la Tierra, o al menos la biosfera, como una especie de organismo vivo, es heredera del espíritu visionario de Humboldt.

En pocas palabras, Humboldt es el gran precursor de la ecología, entendida ya sea como visión científica integrada de la vida sobre el planeta, ya como programa de acción destinado a evitar los efectos negativos de la acción humana sobre la naturaleza.

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Además de ser un explorador incansable y curioso, un teórico transdisciplinario (mantuvo intercambios con Darwin, Goethe, Cuvier, Bolívar, Volta, Lamarck, Schiller e infinidad de artistas, científicos y filósofos) y un brillante narrador, Humboldt  apostó por la simplicidad de las infografías como forma de transmisión de sus ideas. Una de sus imágenes más famosas es el perfil del Chimborazo (Ecuador) con notas laterales sobre las plantas, rocas, temperatura, gravedad, humedad y claridad del cielo que se encontraban a medida que se ascendía. Humboldt denominó Naturgemälde (pintura de la naturaleza) a esta visión integrada y la consideraba «un microcosmos en una página».

De la ecología biológica a la ecología mediática

Como saben, en este blog se ha escrito mucho sobre Media Ecology y evolución de los medios (al final incluyo una lista de posts). ¿Qué nos enseña Humboldt que podamos aplicar al estudio de los medios? ¿Podemos traducir algunos de sus principios en clave mediática? Probemos….

  • Enfoque sistémico:  Según Andrea Wulf Humboldt «revolucionó nuestra manera de ver el mundo natural. Encontraba relaciones en todas partes» y «no abordaba nada, ni el organismo más diminuto, por sí solo». Si consideramos a los medios como «especies» dentro del ecosistema de la comunicación, entonces no podemos dejar de analizar las relaciones que se establecen entre los diferentes medios, interfaces, plataformas y dispositivos tecnológicos. A esta red deberíamos sumar a los actores individuales y colectivos que también forman parte de esa ecología. En otras palabras, la ecología de los medios debería analizar las relaciones entre los diferentes medios y actores que conviven en ella.
  • Complejidad y fenómenos emergentes: si, como decía Saussure, un cambio en un signo implica un cambio en toda la cadena sintagmática (no es lo mismo decir «en un lugar de la Mancha» que «en un lugar de la Pampa»…), de la misma manera un pequeño cambio en un medio o actor puede tener grandes repercusiones en toda la ecología mediática. Si bien Humboldt evidentemente no hablaba de «complejidad» o «emergencia», él pensaba en términos de «interconexión» y sabía reconocer los efectos colaterales que cualquier cambio, por más pequeño que fuera, podía tener sobre el ecosistema (por ejemplo la deforestación en Venezuela).
  • Competencia: Humboldt descubrió que el mundo natural no era un paraíso de  paz sino un territorio donde las especies luchaban para sobrevivir. Lo que en muchos casos limitaba el desarrollo de algunas plantas «no era la mano destructiva del hombre» sino la rivalidad entre especies por obtener luz y alimento. Darwin retomará está idea en su teoría de la evolución pero algunos intelectuales -por ejemplo F. Engels– sostenían que esa concepción era limitada y se debía incorporar la dimensión de la cooperación. A la hora de analizar los medios no podemos dejar de lado esa doble mirada: las «especies mediáticas» pueden competir o cooperar entre sí. A veces la cooperación entre medios puede llevar  a fenómenos de intermedialidad o al nacimiento de «especies mediáticas híbridas».

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  • Mirada distante: de frente al imponente Chimborazo (por entonces considerada erróneamente la montaña más alta del continente) Humboldt comprendió que se debía interpretar la naturaleza «desde un punto de vista más alejado, de un solo vistazo». La misma filosofía la encontramos hoy en los investigadores que trabajan en el campo de la digital humanities, por ejemplo en el distant reading de Franco Moretti.
  • Integración de datos: Humboldt no estaba tan interesado en descubrir nuevos hechos aislados sino más bien en conectarlos. Una vez le escribió a Schelling para decirle que la revolución en las ciencias pasaba por el abandono de la «árida recopilación de datos» y el «crudo empirismo» para comenzar a pensar en términos de conexión e integración. Quizá uno de los grandes problemas que afronta la investigación en comunicación proviene de la enorme cantidad de estudios empíricos hiperfocalizados y la falta de miradas humboldtianas que integren esos datos. 
  • Interdisciplinariedad: Humboldt partía de la física, química, paleontología, botánica y zoología para desarrollar modelos interpretativos globales. Y apostaba por superar el modelo mecanicista de la primera Modernidad: Humboldt, al igual que Schelling, pensaba que el concepto de «organismo» debía ser el fundamento para entender la naturaleza. Había que pasar del modelo el reloj al modelo del organismo biológico. En el campo de estudios de la comunicación, sigo teniendo la impresión de que todavía tenemos pendiente el pasaje del modelo de la flecha (E > R) al modelo de la red.
  • Infografía y difusión del conocimiento: Humboldt sostenía que ciencia debía apostar por la difusión del conocimiento a través de esquemas claros y simples que no dejaran de lado la complejidad de las relaciones. Sus mapas de isotermas e isobaras, o la ya mencionada Naturgemälde del Chimborazo, son un buen ejemplo de lo que puede surgir del trabajo conjunto de un científico con un infógrafo. En los estudios de comunicación tenemos una tradición de modelos teóricos (ver esta síntesis de Miquel Rodrigo) que poco a poco se ha ido abandonando. Desde mi perspectiva se debería intentar volver a esa tradición pero, como ya dije más arriba, sin abandonar a un costado del camino las complejidades de los procesos de comunicación.
  • Redes internacionales de investigadores: para analizar las variaciones magnéticas Humboldt organizó una red mundial de científicos que durante tres años registraron más de 2 millones de observaciones. Se la llamó la «cruzada magnética». Para participar en iniciativas de esta envergadura los científicos deben dejar de lado sus egos personales, adoptar un único método de recolección de datos y colaborar en su análisis. Si bien dentro de la Unión Europea ya existen proyectos con este espíritu colaborativo, se deberían ampliar y plantear a escala global o intercontinental. El aislamiento académico en el que sobrevive una buena parte de los investigadores de la comunicación en América Latina, sin intercambios con sus pares de Europa, Estados Unidos o incluso de países vecinos, haría sonrojar a Humboldt.
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De Humboldt a McLuhan, pasando por Darwin

Marshall McLuhan compartía muchas cosas con Alexander von Humboldt, ante todo esa curiosidad insaciable por relacionar fenómenos y pensar en términos de conexión. En cierta forma ambos se terminaron burlando de los excesos del hiperempirismo y supieron establecer diálogos interdisciplinarios con interlocutores provenientes de otras áreas de la ciencia y la reflexión intelectual. Si Humboldt se subía a un caballo y se internaba en las selvas tropicales para buscar nuevas especies e identificar conexiones, McLuhan hablaba a menudo de «lanzar sondas» para analizar lo que estaba pasando en la ecología mediática («soy un investigador que arroja sondas. Carezco de una posición o un punto de vista determinados»).

Pero no nos olvidemos de Darwin. ¿Por qué hoy pocos se acuerdan de Humboldt? Porque en 1859, unos pocos meses después de la muerte del alemán, Charles Darwin publicó On the Origins of Species y nada volvería a ser como antes. El fulgor de la obra de Darwin fue tan grande que eclipsó a la de su mayor inspirador. Algo parecido sucedió con McLuhan: su obra fue tan polémica y explosiva que terminó por eclipsar muchos otros investigadores que hicieron contribuciones fundamentales para el desarrollo de la Media Ecology.

La mirada de Humboldt

Humboldt tenía buen ojo, no sólo para identificar conexiones: cuando un joven Darwin le envió en 1839 un ejemplar del Voyage of the Beagle, el ya veterano explorador le respondió con una carta elogiándolo, diciendo que el libro era «excelente y admirable» y le auguraba al autor «un excelente futuro por delante».

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